Para los amantes del viejo continente, Europa cuenta con lugares de ensueño en la mayoría de los países que lo conforman.
Mi conocimiento se reduce sólo a unos pocos de esos países, pero entre ellos, la península con forma de bota es imprescindible.
De norte a sur y de este a oeste Italia hace gala de bellezas que quitan el aliento. Montañas majestuosas y diversas –Alpes, Dolomitas, Apeninos-, valles ubérrimos sembrados hasta lo más ínfimo; lagos, ríos, mares. Playas de ensueño sobre el Tirreno, el Adriático, el Mediterráneo, el Jónico, de aguas azules, cristalinas.
Caminar esos pequeños pueblos ancestrales es transitar a través de la historia, como grandes museos a cielo abierto. Claro, entre muros existen museos de tesoros invalorables.
¡Qué difícil tarea sería recomendar qué lugares visitar!
El valle de Aosta, al límite con Francia más allá del Monte Bianco, al noroeste. El Tirol italiano, o Tirol del sud, al noreste.
La singular Venecia, la Toscana que no encuentra términos para describir lo que se ve.
Roma, la cittá eterna, cuna de la civilización, con su Coliseo, su altar de la Patria, sus ruinas de los foros, Castel Sant’Angelo, Trastevere, el Panteón de Agripa, la maravillosa Fontana de Trevi. Y tanto, tanto más.
Un poco más al sur la deslumbrante costa amalfitana con Positano como frutilla de un postre único. Las playas de Calabria, la voluptuosa Sicilia, tierra de sol y gente cálida.
Claro que este comentario es incompleto, injusto. Italia es mucho, pero mucho más. Abruzzo, Cerdeña, la Puglia. ¿Qué más?